domingo, 11 de mayo de 2014

Etiquetando la ética



El tema de la ética en cualquier profesión es harto escabroso y de una profundidad tal, que es fácil perderse en ella. En las aulas nos enseñan que la ética es parte fundamental del trabajo profesional, pero al igual que la belleza, la bondad o la verdad, el trabajo de la ética es relativo. Trataré de analizar algunas situaciones éticas que se dan en el diseño gráfico y que no pretenden ser la última palabra en el tema, antes bien deseo invitar al lector a realizar una reflexión conciente:

El diseñador gráfico es propietario de todo lo que diseñe, por lo tanto, el cliente no tiene derecho a quedarse con los archivos originales: Este es un caso típico de derechos de autor. Los diseñadores somos “creativos” por lo que esa creatividad –confundida con el término de “artista gráfico”- es difícil de cobrar. Si el cliente –que dicho sea de paso, pagó por nuestros servicios- nos pide el original digital de su identidad o de su catálogo ¿seremos capaces de dárselo sin preguntar?  Algunos piensan que es “su creatividad” lo que estarían entregando, otros, que no es necesario porque ya se entregaron los archivos para su reproducción. ¿A qué le tememos? ¿A que el cliente se vaya con otro diseñador que modifique nuestra “obra de arte”? El cliente paga, yo entrego, pido permiso para poner el trabajo en mi portafolio y si soy bueno, responsable y quedo bien con él, no tengo nada que temer.

El diseñador gráfico sólo acepta encargos de empresas moralmente responsables: este punto tiene mucho que ver con nuestra escala de valores personal y definitivamente, con nuestra situación económica: a veces estas dos opciones se encuentran ubicadas en rangos muy alejados y la decisión que se tome ni nos hace más buenos, ni más malos.

El diseñador sólo diseña para los diseñadores: al diseñador le encanta pregonar quienes son sus clientes, situación muy válida porque de eso vivimos, de decir para quien trabajamos. El problema es cuando el diseño se realiza sin pensar que somos mediadores entre el cliente y el receptor al que va dirigido el trabajo, con todo lo que esto implica. Nos dedicamos a realizar diseños “bonitos y estéticos” alejados completamente de la realidad social.

El diseñador gráfico tiene un compromiso con la sociedad, por eso debe participar activamente en “causas perdidas”: los problemas sociales definitivamente repercuten en todos los actores de la misma. Aquí sólo cabe hacer la siguiente reflexión: ¿Mi trabajo como diseñador modificará la manera de pensar de la gente respecto del cuidado del agua, el reciclado de basura o el maltrato animal? ¿Puedo eliminar la violencia participando en convocatorias contra ella? ¿Salvaré ballenas? ¿Acabaré con el hambre en Somalia? ¿Habrá igualdad de oportunidades para hombres y mujeres? Sin hacer una evaluación concienzuda respecto de cómo repercute una campaña de esta naturaleza en el comportamiento humano la respuesta sería: no. Tal vez no acabaremos nunca con los males del mundo, pero denunciarlos es bueno, difundir que existen, es mejor y si me siento comprometido con estas causas, definitivamente, debo hacerlo.

No desearás al cliente del otro: este terreno es sumamente delicado. A todos nos habrá pasado alguna vez que un colega, incluso un amigo diseñador, nos “baja” la cuenta más importante que tenemos y lo que es peor, lo hace a escondidas. Dicen que en el amor y en la guerra todo se vale, y esta situación es muy semejante al dicho: los niveles de competencia son altos en la actualidad e incrementar los nuestros son responsabilidad de cada quien. Un diseñador que constantemente se actualiza tendrá más oportunidades que alguien que se duerme en sus laureles.

Concursos y otros “nichos de oportunidad”: definitivamente, no estoy a favor de concursos convocados por empresas que desean explotar la creatividad y las ganas de “figurar” que poseemos todos los diseñadores –ya sabemos que nuestro ego es inconmesurable-. El motivo por el que no estoy de acuerdo es porque yo estoy segura de mi trabajo, de mi modo de hacer las cosas, tengo un portafolio que lo demuestra. Si al cliente no le gusta mi forma de diseñar o de resolver un problema de comunicación, pues que lo diga, pero no voy a estar invirtiendo mi tiempo y mi dinero en hacer algo que después no me va a redituar alguna ganancia.

El plagio en el diseño: este término, mejor conocido como “fusil” en el gremio del diseño, es también muy difícil de definir: la memoria visual de un diseñador está compuesta de la observación de libros, cine, carteles, publicidad y una gran cantidad de referencias en cuanto a códigos culturales se refiere. Es normal que las “nuevas ideas” o lo que pensamos que son ideas innovadoras muchas veces ya estén en el mercado desde hace algunos años. Si esto ocurre como concepto, pero la manera de realizar la idea –expresión, discurso visual- es diferente de la original, considero que no sería un plagio en el término extricto de la palabra. Plagio es, cuando en conciencia, tomamos un cartel polaco y lo hacemos idéntico para un cliente y además cobramos por esto.

Termino este texto con las palabras de Milton Glaser sobre el concepto de lo que un diseñador debe ser:[1]


“Que el diseñador sea firme en todas las cosas seguras, y temeroso en las cosas peligrosas; que evite toda práctica y tratamiento no confiable. Debe ser amable con el cliente, considerado con sus asociados, cauteloso en sus pronósticos. Que sea modesto, digno, educado, compasivo y piadoso; ni codicioso ni extorsivo con el dinero; pero por otro lado que su remuneración sea acorde a su trabajo, a los medios del cliente, a la calidad del caso y a su propia dignidad”.
Milton Glaser




 Imagen recuperada de: http://ticsyformacion.com/2013/09/05/guia-de-un-disenador-grafico-de-exito-infografia-infographic-design/

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