El
tema de la ética en cualquier profesión es harto escabroso y de una profundidad
tal, que es fácil perderse en ella. En las aulas nos enseñan que la ética es
parte fundamental del trabajo profesional, pero al igual que la belleza, la
bondad o la verdad, el trabajo de la ética es relativo. Trataré de analizar
algunas situaciones éticas que se dan en el diseño gráfico y que no pretenden ser
la última palabra en el tema, antes bien deseo invitar al lector a realizar una
reflexión conciente:
El diseñador gráfico es propietario de
todo lo que diseñe, por lo tanto, el cliente no tiene derecho a quedarse con
los archivos originales: Este es un caso típico de derechos de
autor. Los diseñadores somos “creativos” por lo que esa creatividad –confundida
con el término de “artista gráfico”- es difícil de cobrar. Si el cliente –que
dicho sea de paso, pagó por nuestros servicios- nos pide el original digital de
su identidad o de su catálogo ¿seremos capaces de dárselo sin preguntar? Algunos piensan que es “su creatividad”
lo que estarían entregando, otros, que no es necesario porque ya se entregaron
los archivos para su reproducción. ¿A qué le tememos? ¿A que el cliente se vaya
con otro diseñador que modifique nuestra “obra de arte”? El cliente paga, yo
entrego, pido permiso para poner el trabajo en mi portafolio y si soy bueno,
responsable y quedo bien con él, no tengo nada que temer.
El diseñador gráfico sólo acepta encargos
de empresas moralmente responsables: este punto tiene mucho
que ver con nuestra escala de valores personal y definitivamente, con nuestra
situación económica: a veces estas dos opciones se encuentran ubicadas en
rangos muy alejados y la decisión que se tome ni nos hace más buenos, ni más
malos.
El diseñador sólo diseña para los
diseñadores: al diseñador le encanta pregonar quienes son
sus clientes, situación muy válida porque de eso vivimos, de decir para quien
trabajamos. El problema es cuando el diseño se realiza sin pensar que somos
mediadores entre el cliente y el receptor al que va dirigido el trabajo, con
todo lo que esto implica. Nos dedicamos a realizar diseños “bonitos y
estéticos” alejados completamente de la realidad social.
El diseñador gráfico tiene un compromiso
con la sociedad, por eso debe participar activamente en “causas perdidas”:
los problemas sociales definitivamente repercuten en todos los actores de la
misma. Aquí sólo cabe hacer la siguiente reflexión: ¿Mi trabajo como diseñador
modificará la manera de pensar de la gente respecto del cuidado del agua, el
reciclado de basura o el maltrato animal? ¿Puedo eliminar la violencia
participando en convocatorias contra ella? ¿Salvaré ballenas? ¿Acabaré con el
hambre en Somalia? ¿Habrá igualdad de oportunidades para hombres y mujeres? Sin
hacer una evaluación concienzuda respecto de cómo repercute una campaña de esta
naturaleza en el comportamiento humano la respuesta sería: no. Tal vez no
acabaremos nunca con los males del mundo, pero denunciarlos es bueno, difundir
que existen, es mejor y si me siento comprometido con estas causas,
definitivamente, debo hacerlo.
No desearás al cliente del otro:
este terreno es sumamente delicado. A todos nos habrá pasado alguna vez que un
colega, incluso un amigo diseñador, nos “baja” la cuenta más importante que
tenemos y lo que es peor, lo hace a escondidas. Dicen que en el amor y en la
guerra todo se vale, y esta situación es muy semejante al dicho: los niveles de
competencia son altos en la actualidad e incrementar los nuestros son
responsabilidad de cada quien. Un diseñador que constantemente se actualiza
tendrá más oportunidades que alguien que se duerme en sus laureles.
Concursos y otros “nichos de oportunidad”:
definitivamente, no estoy a favor de concursos convocados por empresas que
desean explotar la creatividad y las ganas de “figurar” que poseemos todos los
diseñadores –ya sabemos que nuestro ego es inconmesurable-. El motivo por el
que no estoy de acuerdo es porque yo estoy segura de mi trabajo, de mi modo de
hacer las cosas, tengo un portafolio que lo demuestra. Si al cliente no le
gusta mi forma de diseñar o de resolver un problema de comunicación, pues que
lo diga, pero no voy a estar invirtiendo mi tiempo y mi dinero en hacer algo
que después no me va a redituar alguna ganancia.
El plagio en el diseño:
este término, mejor conocido como “fusil” en el gremio del diseño, es también
muy difícil de definir: la memoria visual de un diseñador está compuesta de la
observación de libros, cine, carteles, publicidad y una gran cantidad de
referencias en cuanto a códigos culturales se refiere. Es normal que las
“nuevas ideas” o lo que pensamos que son ideas innovadoras muchas veces ya
estén en el mercado desde hace algunos años. Si esto ocurre como concepto, pero
la manera de realizar la idea –expresión, discurso visual- es diferente de la
original, considero que no sería un plagio en el término extricto de la
palabra. Plagio es, cuando en conciencia, tomamos un cartel polaco y lo hacemos
idéntico para un cliente y además cobramos por esto.
Termino
este texto con las palabras de Milton Glaser sobre el concepto de lo que un
diseñador debe ser:[1]
“Que el diseñador sea firme en todas las cosas seguras, y temeroso en las cosas peligrosas; que evite toda práctica y tratamiento no confiable. Debe ser amable con el cliente, considerado con sus asociados, cauteloso en sus pronósticos. Que sea modesto, digno, educado, compasivo y piadoso; ni codicioso ni extorsivo con el dinero; pero por otro lado que su remuneración sea acorde a su trabajo, a los medios del cliente, a la calidad del caso y a su propia dignidad”.
Milton Glaser