La tipografía es una de las
dos herramientas básicas -la imagen es la otra- con la que trabaja un
diseñador. Esta puede ser utilizada de varias formas: la letra como
ilustración, como vehículo de expresión: en sí misma, la palabra puede tener su
significado normal, pero también puede expresar por medio del tamaño, el grosor
o la familia a la cual pertenezca, ese mismo significado. A esto se le llama
“expresión formal”.
Por su parte, el editor es
quien lee el texto entregado por el periodista, por el escritor, por el poeta.
Uno de los trabajos del editor –y que no es poca cosa- es revisar y valorar el
texto para ver si por sus méritos, vale la pena de ser publicado.
Otra figura de relevancia en
el proceso de edición es el corrector de estilo: es él quien tiene que revisar
el texto desde dos perspectivas: una, el sentido y coherencia del texto; la
otra se refiere a la redacción y ortografía del manuscrito. Normalmente la
cadena inicia con el editor, pasa al corrector de estilo y finalmente, el texto
se entrega al diseñador para que le dé formato, diseñe la página.
Pero como dicen, “hete aquí”
que cuando el texto llega al diseñador, éste al formatearlo comete errores
ortográficos y de continuidad en la lectura, obligando al editor y corrector a
volver a revisar el texto. La pregunta sería: ¿Está obligado el diseñador a
revisar, detectar y en su momento, denunciar cualquier error de redacción, de
captura o de formato? Por supuesto que sí. Uno de los graves problemas del
reconocimiento del trabajo del diseñador es ese precisamente: es el que
“dibuja”, el que “hace monitos”, el de la “talacha” y por supuesto que a muchos
diseñadores les resulta más cómodo que otros revisen el texto diciendo: “pues
así me lo pasaron, yo que”. Si como mencioné en el párrafo de inicio, la
tipografía –las letras, las palabras, las frases, los párrafos, las páginas, el
libro entero- son los elementos con los cuales trabaja el diseñador, es
obligación de éste por lo menos denunciar un error para hacerlo evidente, ya
que como es sabido, nos “viciamos” al momento de leer una o dos o veinte veces
un texto.
El diseñador gráfico está
obligado a conocer el comportamiento de los signos y símbolos de la lengua y su
relación con las reglas ortográficas. A esta disciplina se le llama
ortotipografía: “La ortotipografía (en
inglés typographical syntax)
estudia la combinación de la ortografía y la tipografía y concreta la forma en
que la primera se aplica en obras impresas.”[1]
Muchas son las reglas
ortotipográficas, casi tantas como las ortográficas. Podemos mencionar algunos
casos:
1.
Los textos
pueden llevar o no guiones para separar las palabras: y esto tiene que ver con
el cálculo del texto que se nos entrega para que se pueda formatear en una
página asignada. Tan bien se ve el texto justificado hacia la izquierda como el
texto justificado en bloque. Este último exige del diseñador un dominio de los
valores de interletrado, medianiles, tamaño de la letra, interlineado y otros
factores para que no ocurran los horribles “ríos” entre palabras que demeritan
la percepción de la mancha tipográfica.
2.
Otro caso
ortotipográfico es el mal uso que se le da a las comillas. La gran mayoría de
los diseñadores usamos –hemos usado- el signo de pulgadas en vez de las
comillas. Como sugerencia incursionen en los signos “ocultos” en nuestro
teclado. Ejemplo: Juan dijo: “Este “trabajo” me tiene frito”. Uso correcto: Juan dijo:
«Este “trabajo” me tiene frito».
3.
Puntos suspensivos. ¿Alguna ves los puntos suspensivos se han separado quedando dos en una
línea y uno en el inicio de la línea siguiente? Los puntos suspensivos se
obtienen pulsando ALT+0133 en Windows o ALT+ punto en Mac, de modo que ocupan
el mismo espacio que un carácter y no corremos riesgos de que se alteren al
darle formato al documento. Siempre son tres puntos seguidos y sin espacios
intermedios; solo tres. Ejemplos de
puntos suspensivos: Tú, yo, la luna, el sol, tus ojos…
Sirve para omitir
intencionadamente una parte del discurso, sugerir un final impreciso, denotar
el paso del tiempo entre expresiones.
Y así como un médico domina los términos
que le son propios a cada enfermedad, el diseñador gráfico debe dominar la
nomenclatura de los símbolos tipográficos y de la anatomía de la letra ya que
este conocimiento nos confiere otro valor agregado: el que el cliente nos tome
en serio y nos perciba como un profesional del diseño editorial. Si como diseñadores
estamos ubicados casi al final de la línea de producción editorial, no nos
cuesta ningún trabajo hacerle más ameno el día al editor.
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